Yudocas refugiados aguardan una oportunidad de competir

Los Juegos Olímpicos de este año serán los primeros en incluir una

Publicado em 21/03/2016 - 14:32 Por Vinícius Lisboa – Reportero de Agência Brasil - Río de Janeiro

Os judocas refugiados Popole Misenga e Yolande Bukasa

Bukasa y Misenga vinieron a Brasil para una competición de yudo internacional en 2013, pero fueron abandonados en el hotel por el comité técnico de su país, que los dejó sin derecho siquiera a comida. Vinicius Lisboa/Agência Brasil

Popole Misenga y Yolande Bukasa cuentan con una intensa agenda de entrevistas. Los yudocas congoleños, que viven en Brasil como refugiados desde el 2013, narran su historia a periodistas de todo el mundo. Y suelen escuchar la misma frase, que suena como una promesa: “ustedes ya están en los Juegos Olímpicos” de Río de Janeiro. Sin embargo, en la medida en que se acerca la competencia, la ansiedad solo crece, una vez que el Comité Olímpico Internacional (COI) no ha dado ninguna garantía de que los dos se encuentran al menos entre los candidatos para integrar la delegación de refugiados, anunciada el último 3 de marzo.

“Estamos esperando”, dice Misenga, de 23 años, que siendo aún niño escapó de su pueblo bajo un bombardeo.

Acogidos por el Instituto Reacción, en Río, los dos atletas han estado entrenando desde abril del año pasado con el objetivo de competir en los Juegos Olímpicos. El sensei Geraldo Bernardes, de 73 años, a cargo de la preparación de Misenga y Bukasa, aclara que solo puede intensificar el entrenamiento de los atletas después de que tengan confirmada su participación en la competencia.

Misenga y Bukasa reciben canastas básicas de alimentos y billetes de autobus para entrenar, pero tienen que hacer frente a graves dificultades financieras. Como no tienen certificados de escolaridad y aún no dominan el portugués, los yudocas no consiguen empleos formales y para ganarse el sustento en la favela Cidade Alta (zona norte de Río), se ven obligados a dedicarse a trabajos temporales como ayudar a descargar camiones. Misenga está casado y tiene una hija de un año. Bukasa está acogida en casa de una familia con tres hijos.

“Duermo en la sala de estar, en el piso. No pago nada, pero comparto mi canasta básica con ellos. El mes pasado, mi amiga me decía que yo tenía que contribuir con algún dinero. Hablé con el sensei y él me ayudó”, dice Bukasa, que tiene 28 años y está desempleada.

Perseguir el sueño de luchar en los Juegos Olímpicos ha supuesto sacrificios que se suman al reto diario de buscar trabajo. Con sesiones de 2 horas de práctica diaria, en Jacarepaguá (zona oeste de Río), Misenga afirma que es difícil trabajar.

“El yudo es mi prioridad. Si salgo alrededor de las 18h o 19h, no hay tiempo para venir a casa, al Instituto Reação. Tengo que elegir entre luchar el yudo y ganar unos US$ 10 diarios descargando camiones”, lamenta el atleta, que intenta barajar las deudas, hacer ejercicios por su cuenta y centrarse en las prácticas.

“Cuando vengo a entrenar aquí, dejo de cumplir con las obligaciones del hogar, pues tengo que darle comida a mi hija. Es muy difícil entrenar así.”.

Una respuesta en junio

A principios de este mes, el Comité Olímpico Internacional confirmó que los Juegos Olímpicos de este año serán los primeros en tener una delegación exclusivamente conformada por refugiados de diversas nacionalidades, que van a competir como el país 207 en el torneo. El comité anunció que fueron identificados 43 candidatos, y que la delegación estará compuesta de hasta 10 miembros. La lista de candidatos elegidos se dará a conocer en junio, durante una reunión con directivos de la entidad.

De hecho, a principios del año pasado, el comité se puso en contacto con Cáritas Brasil –organización no gubernamental que designó a Misenga y Bukasa para la delegación tras haberles ofrecido asistencia cuando aterrizaron en Brasil–, pero desde entonces no hubo más contactos. El sensei Bernades, sin embargo, no ha perdido sus esperanzas. El entrenador integró la comisión técnica brasileña en cuatro citas olímpicas, entre Seúl (1988) y Sídney (2000), y ha preparado a atletas que compiten por un lugar en la selección brasileña, como la campeona mundial Rafaela Silva.

“Han demostrado mucho progreso. Con atletas de tan alto nivel como los nuestros, el entrenamiento es duro y orientado a los Juegos Olímpicos, de manera que estén en buena forma para luchar”, dijo.

Huidos de la guerra

Bukasa y Misenga vinieron a Brasil para una competición de yudo internacional en 2013, pero fueron abandonados en el hotel por el comité técnico de su país, que los dejó sin derecho siquiera a comida. La República Democrática del Congo vivía una guerra civil, y ellos lograron encontrar refugio en Brasil. El conflicto no terminó, y sigue siendo el mismo que cambió drásticamente sus vidas cuando aún eran niños.

Bukasa recuerda que tenía diez años cuando un día, tras llegar de la escuela y mientras jugaba en la calle, aún vestida con su uniforme, empezó a oír estruendos de bombas y disparos. La guerra civil había llegado a la ciudad de Bukavu, donde ella vivía.

“Traté de volver a casa, pero me dijeran que no fuera. Me escapé con otras personas, y luego vino un helicóptero y todos los niños saltaron adentro”, cuenta. Bukasa fue llevada a la capital y nunca más volvió a ver a sus padres o a cualquier otro familiar.

Además de muertes y disparos, Bukasa recuerda otros actos de violencia que quisiera olvidar: “Vi a 15 o 20 hombres persiguiendo a una mujer”.

Misenga escapó de la misma ciudad que Bukasa, con 6 años, y también perdió el contacto con su familia. “En el día en que estalló la guerra, yo estaba en casa, mi hermana en la escuela y mi padre trabajando. Las bombas empezaron a caer, quemando la casa, y hubo muchos disparos. Cuando hui de casa, vi a mucha gente corriendo e hice lo mismo. Las personas iban cayendo al suelo, muertas a tiros”.

El congolés corrió hacia la floresta y caminó durante días, hasta ser rescatado por un barco de Unicef (Fondo de las Naciones Unidas para los Niños).

En la capital Kinshasa, Misenga and Bukasa empezaron a practicar el yudo después de tomar parte en programas sociales dirigidos a los refugiados. Acabaron convirtiéndose en atletas de clase mundial, y se ganaron la oportunidad de venir a Brasil en 2013.

Según Bernardes, el estilo de entrenamiento de Misenga y Bukasa han traído a Brasil refleja el modo autoritario como han sido tratados en sus vidas como atletas de alto rendimiento.

“Cuando luchaban, tenían que ganar, de lo contrario eran castigados y quedaban detenidos. Así que mantuvieron ese espíritu de ganar siempre, lo que al inicio creó problemas de relación con mis atletas”, explica el sensei, quien ayudó a los congoleños a superar el problema. “Les ayudé a entender mejor el fair play del yudo”.

Sueño olímpico

Misenga cree que participar en los Juegos Olímpicos puede ser una manera de encontrar un medio de vida y de criar a su familia a través de su carrera como luchador de yudo.

“Cuando un atleta gana exposición en los Juegos Olímpicos, recibe la oportunidad de forjar lazos con nuevos conocidos, patrocinadores y de programar entrevistas. Estoy en aprietos para pagar el alquiler y tengo que mantener a mi mujer y a mi hija”

Bukasa agrega que los juegos podrían cambiar su carrera no solo por los beneficios financieros. “He llevado una vida muy dura y luché mucho en la vida, así que quiero un lugar en los juegos para despejar mi cabeza. Quiero tener buenos recuerdos.”

Agência Brasil se puso en contacto con el COI para solicitar aclaraciones sobre la situación de los atletas congoleses, pero no obtuvo respuesta.

Traducción: Lucas Magdiel


Fonte: Yudocas refugiados aguardan una oportunidad de competir

Edição: Graça Adjuto/Olga Bardawil

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