Un 21% de las brasileñas ya fueron amenazadas de muerte por su pareja
En Brasil, dos de cada diez mujeres (21%) ya han sido amenazadas de muerte por sus parejas actuales o exparejas románticas, y seis de cada diez conocen a alguien que ha pasado por esta situación. En ambos casos, las mujeres negras (afrodescendientes y mestizas) aparecen en mayor proporción. Los datos provienen del estudio Medo, ameaça e risco: percepções e vivências das mulheres sobre violência doméstica e feminicídio, realizado por el Instituto Patrícia Galvão y la empresa Consulting do Brasil.
El documento revela que seis de cada diez mujeres amenazadas rompieron con el agresor tras la intimidación –una decisión más común entre las víctimas negras que entre las blancas–. La investigación, divulgada esta semana, contó con el apoyo del Ministerio de las Mujeres y de la diputada federal Luiza Erundina, del Partido Socialismo y Libertad.
Aunque el 44% de las víctimas sintió un miedo extremo, solo el 30% presentó denuncia ante la policía y el 17% solicitó una medida de protección, mecanismo que ordena al agresor mantenerse alejado de la víctima y prohíbe su contacto con ella. Estos datos reflejan otra realidad señalada en la investigación: dos de cada tres mujeres creen que los agresores de mujeres quedan impunes, y solo una quinta parte considera que terminan en prisión.
Para la mayoría de las brasileñas (60%), la percepción de impunidad está relacionada con el aumento de los casos de feminicidio. En un cuestionario en línea, respondido en octubre por 1.353 mujeres mayores de edad, el 42% estuvo de acuerdo con la afirmación de que las mujeres amenazadas de muerte no creen que los agresores cumplirán sus amenazas, es decir, no consideran que el riesgo de ser asesinadas sea real.
Al mismo tiempo, el 80% de las encuestadas opina que, aunque la red de apoyo a las mujeres es buena, no logra cubrir toda la demanda. Una proporción similar destaca las campañas para fomentar las denuncias y el uso de redes sociales como herramientas poderosas para combatir la violencia.
Una cifra también relevante es que el 80% considera que ni la justicia ni las autoridades policiales toman en serio las amenazas y denuncias formalizadas. Además, el 90% cree que los casos de feminicidio han aumentado en los últimos cinco años.
Doble trauma
La trabajadora doméstica Zilma Dias perdió a una sobrina en 2011. No por causas naturales ni por accidente. Camila fue asesinada a los 17 años por su excompañero, con quien había tenido una hija y de quien intentaba separarse. Como muchas víctimas, la joven subestimó la posibilidad de que las agresiones llegaran al extremo. Ambas mujeres eran negras.
Casi todas las encuestadas (89%) atribuyen los feminicidios relacionados con parejas actuales o exparejas a los celos y la posesividad del agresor. Según Zilma, este fue el caso de su sobrina. El agresor llegó a encerrarla en casa y, como es común en los casos de violencia doméstica, intentó aislarla completamente, incluso de su familia, para que no tuviera a quién recurrir.
"Decía que él era un 'mosca muerta'", comenta Zilma, explicando que su sobrina nunca evaluó seriamente el peligro que corría.
El asesino de Camila se mudó de ciudad tras el crimen, pero luego regresó y esperó el momento adecuado para atacarla. Cuando la joven pasaba por un cementerio, la mató con 12 puñaladas frente a su hija, Raíssa. El hombre, de 25 años, fue localizado después de cometer otro delito, de falsificación de identidad. Fue condenado a 13 años de prisión por feminicidio.
Zilma también fue víctima de violencia doméstica, aunque logró escapar con vida. Durante su relación, sufrió diferentes tipos de violencia, desde psicológica hasta patrimonial. "No sabía a quién recurrir. Dios me libre de llamar a la policía. Ni siquiera le contaba a mi madre que él me golpeaba. Casi todos los días tenía heridas. Cuando estaba embarazada, me pegaba. Incluso llegó a acompañarme al médico cuando ya tenía ocho meses de embarazo, y yo estaba llena de hematomas. El médico me preguntó qué había pasado, y él, a mi lado, me amenazaba. Le dije al médico que me había caído", recuerda Zilma.
Hasta terminar la relación —algo que muchas víctimas temen por miedo a ser asesinadas, como muestra el informe del Instituto Patrícia Galvão—, Zilma perdonaba a su ex. Esta secuencia de pedidos de perdón, acompañados de gestos amables por parte del agresor, seguidos del reinicio de las agresiones, el agravamiento de estas y su consumación, se conoce como “ciclo de violencia” y explica por qué muchas víctimas no logran romperlo y abandonar a quienes les agreden.
La "gota que colmó el vaso", menciona Zilma, fue cuando él la golpeó poco después de presentarse con una amante en la puerta de su casa y ser cuestionado por su infidelidad.
En 2014, otra sobrina de Zilma se puso en contacto con ella para contarle una noticia. El excompañero de la trabajadora doméstica había asesinado a su entonces pareja y la había descuartizado. El caso apareció en la prensa local. Fue condenado a cumplir 25 años de prisión.