Anatomía de un Golpe de Estado
Los tanques en las calles, la población dividida y un presidente de la República arrinconado y sin apoyo. En este escenario, hace medio siglo, en Brasil se inició el período de la dictadura que duraría 21 años. En las primeras horas del 31 de marzo de 1964, las tropas del Ejército salieron desde Minas Gerais hacia Río de Janeiro, llevando a cabo un golpe que ya se estaba planeando desde mucho tiempo por los militares.
Tres años antes, cuando el entonces presidente Jânio Quadros renunció, los militares habían intentado impedir la toma de posesión del vicepresidente João Goulart, más conocido como Jango. Para calmar las tensiones, el Congreso Nacional aprobó el cambio del sistema de gobierno, del presidencialismo al parlamentarismo, lo que limitaría el papel de Jango al de jefe de Estado.
En un referéndum en enero de 1963, los electores optaron por el retorno del presidencialismo y Jango asumió el cargo de jefe de gobierno dispuesto a poner en práctica su proyecto político, cuya esencia eran las reformas básicas, como la del sector agrario. Sin embargo, la falta de una mayoría parlamentaria le dejó aislado.
El golpe militar ya se estaba construyendo a lo largo de los años por los comandantes de las Fuerzas Armadas. Ésta es la opinión del profesor de la Universidad Departamental Paulista, Paulo Ribeiro da Cunha: “En 1954, ya había sucedido una tentativa, un preámbulo, abortado principalmente debido al suicidio de Getúlio Vargas. Pero en seguida tuvimos varios intentos de golpe”, dice Cunha. De hecho, en 1955, hubo un intento fracasado de impedir la toma de posesión del presidente electo Juscelino Kubistchek. Y en su gobierno, hubo dos fallidos levantamientos militares: en 1957 y 1959.
Los analistas definen dos momentos como cruciales para fortalecer la facción golpista de las Fuerzas Armadas y precipitar el derrocamiento del gobierno en 1964. El primero fue el mitin en la estación de trenes Central do Brasil, en Río de Janeiro, el viernes 13 de marzo. Desde un palco montado en frente al antiguo Ministerio de la Guerra, João Goulart hizo un duro discurso en defensa de su mandato y de las reformas básicas, lo que sonó como una afrenta a los militares. El segundo se produjo una semana después, en una respuesta derechista llamada “Marcha de la Familia con Dios por la Libertad”.
“Más de 500 mil personas salieron a las calles de São Paulo. Esto hace 50 años, cuando no había Internet, tampoco las redes sociales. Y allí sí, los líderes, que desde mucho antes preparaban un golpe, se dieron cuenta de que era el momento”, dice el profesor Antonio Barbosa, de la Universidad de Brasilia. Él recuerda que nadie defendió a João Goulart. “Sin embargo, no podemos olvidar que Brasil era un país con más de un 75% de población analfabeta y más de un 95% de religiosos que seguían la Iglesia Católica. Y la iglesia, en aquel momento, estaba totalmente imbuida de la lucha anticomunista”.
El 31 de marzo de 1965, se depone a Jango y, en los 21 años siguientes, cinco generales del Ejército comandaron el país, en el período que se conoció como los “años de plomo”. Toda una generación política fue suprimida por la dictadura, miles de personas fueron torturadas y asesinadas, y el país salió económicamente quebrado del régimen, víctima del endeudamiento acumulado durante el período militar.
Jango fue con su familia al exilio en Uruguay y solo regresaría a Brasil ya muerto, el 7 de diciembre de 1976, para ser enterrado en su ciudad natal, São Borja, en el estado de Río Grande del Sur. Inicialmente apuntada como infarto, la causa de su muerte sigue siendo investigada hasta la fecha.
El rol del Tío Sam
Oficialmente, el golpe fue un acto de militares brasileños con el apoyo de parte de la sociedad y del empresariado del país. Sin embargo, historiadores y testigos afirman que otro actor tuvo un rol fundamental y decisivo en la acción de las Fuerzas Armadas: el gobierno estadounidense.
Grabadas y difundidas por la Casa Blanca, conversaciones entre el presidente John Kennedy y el embajador de Estados Unidos en Brasil, Lincoln Gordon, demuestran que la mayor potencia del mundo estaba preocupada por el mando del presidente João Goulart.
Para el profesor de Historia de la Universidad de Brasilia, Virgílio Arraes, durante la Guerra Fría, el gobierno estadounidense tenía miedo a que el país más grande de América del Sur siguiera el mismo camino que Cuba, donde las fuerzas lideradas por Fidel Castro habían derrocado al dictador Fulgencio Batista en 1959 e instalado un régimen socialista con el apoyo de la Unión Soviética en 1961.
Arraes también cree que el gran poder militar estadounidense fue una de las principales razones de la falta de reacción de Jango en el momento del golpe. “Jango probablemente sabía de alguna información adicional que hizo con que él no demostrara mucha disposición en resistir”, analiza el profesor.
La insatisfacción de EE.UU. respecto al gobierno de João Goulart ya era evidente en 1962, cuando el embajador Gordon advertía al Departamento de Estado de su país acerca de Jango. En una de las grabaciones de la Casa Blanca, Kennedy le pregunta a Gordon si sería aconsejable la intervención militar en Brasil. La grabación ocurrió en octubre de 1963, 46 días antes del asesinato de Kennedy. A continuación, el embajador Gordon siguió discutiendo el tema con el presidente Lyndon Johnson.
Para detener la supuesta “amenaza comunista”, Washington había creado acciones de acercamiento con los brasileños. Una de ellas fue la “Alianza para el Progreso”, un amplio programa de cooperación para el desarrollo en diversas áreas. Otra, más ostensiva, fue la creación del Instituto Brasileño de Acción Democrática (Ibad), que producía y difundía contenidos anticomunistas para la radio, la televisión y los periódicos, así como mensajes en películas y radionovelas, en abierta oposición al gobierno de João Goulart. Bajo la sospecha de haber financiado la campaña electoral de candidatos adversarios de Jango en las elecciones de 1962, el Ibad fue disuelto por la Justicia en 1963.
Para el profesor Arraes, el conocimiento de que los EE.UU. estaban enviando una flota naval a la costa brasileña, información confirmada por el propio embajador Gordon años más tarde, ya sería suficiente para desestimular cualquier reacción de Jango. “Si el ejército que derrotó a las fuerzas nazis y a las fuerzas imperiales japonesas se estuviera desplazando a cualquier país de América del Sur, ¿qué tipo de esperanza, desde el punto de vista de la lucha, podría haber?”
Y la censura intentó silenciar el alma brasileña
A partir de 1964, escapar a la censura fue un duro aprendizaje para todos los artistas e intelectuales que participaron en la resistencia al régimen militar. Los compositores encontraron en las letras de las canciones una forma de protesta, casi siempre utilizándose de metáforas, en un intento de desviarse de la atenta mirada de la dictadura.
Chico Buarque, Caetano Veloso, Milton Nascimento y Gonzaguinha, entre otros, forman parte de la larga lista de compositores que tuvieron sus canciones censuradas durante el régimen militar. El caso más emblemático, sin embargo, fue la prohibición de la canción “Pra Não Dizer que Não Falei das Flores” (Para no decir que no hablé de las flores), de Geraldo Vandré, segundo lugar en la fase nacional del Festival Internacional de la Canción de 1968, en Río de Janeiro. La canción, que se llamaba originalmente “Caminhando” (Caminando), se convirtió en un himno de la resistencia a la dictadura, al proclamar: “Quien sabe actúa ahora, no espera acontecer”. Vandré terminó por exiliarse tras el Acto Institucional 5 (AI-5), decretado aquel mismo año y que amplió el poder de juicio del régimen.
Blanco favorito de la censura, Chico Buarque incluso adoptó, a principios de los años 1970, el seudónimo “Julinho da Adelaida”, para que sus canciones fueran aprobadas. Fue así que logró pasar por el análisis de los censores la canción “Acorda, amor” (Despierta, amor), cuya letra hablaba de la pesadilla de tener “gente llamando a la puerta”.
El escritor y periodista Carlos Heitor Cony recuerda como era tener que lidiar con la censura: “Los censores eran demasiado tontos, así que no percibían algunos matices. Y debido a que eran demasiado tontos, a menudo sospechaban de cosas que no tenían ningún problema, y prohibían la pieza o la música”, dice.
El productor cultural Fabiano Canosa, uno de los responsables de la programación del Cine Paissandu, símbolo de la resistencia cultural de Río de Janeiro en las décadas de 1960 y 1970, dice que con el cine no fue diferente, especialmente para los documentalistas.
La represión no tardó en llegar a la prensa. Los grandes periódicos, que habían apoyado el golpe, empezaron a retirar este apoyo luego que la clase media y los empresarios nacionales se dieron cuenta de los caminos que Brasil estaba siguiendo bajo el mando de los militares. A medida que se veían alejados de las decisiones del poder y que la vida política se limitaba a la sumisión al régimen militar, muchos comenzaron a criticar el gobierno, dando espacio a la manifestación de intelectuales y, sobre todo, de juristas, que ya demostraban su descontento con la violencia de la represión.
Surgieron las primeras revistas semanales dirigidas a noticias políticas, en los moldes de la Time estadounidense. La revista Veja, creada en 1968, fue la primera del género y tuvo muchas copias incautadas por la policía aún en los quioscos. El diario Estado de São Paulo, tradicional voz del empresariado del estado, empezó a publicar poemas en los huecos de los reportajes prohibidos por la censura.
El régimen respondió utilizándose de la televisión como medio de publicidad, patrocinando programas que elogiaban el gobierno y sus obras, como el “Amaral Neto Repórter”, transmitido por la Red Globo, y canciones de compositores jóvenes como el dúo Don y Ravel, con su canciones de patrioterismo cargado, como “Eu te amo, meu Brasil” (Te amo, mi Brasil). Y la consigna de la dictadura se convirtió en “Brasil, ámalo o déjalo”.
Traducción: Leonardo Vieira
Fonte: Anatomía de un Golpe de Estado