Yanomamis denuncian los graves impactos sociales de la minería ilegal
La presencia de la minería ilegal en el territorio yanomami ha provocado numerosos impactos en la vida social de los indígenas. La crisis humanitaria se hace más visible por el delicado estado de salud de niños y ancianos, como se ha podido comprobar en las últimas semanas, pero también por sus dimensiones culturales.
La semana pasada, Agência Brasil visitó la Casa de Salud Indígena (Casai), en Boa Vista, así como el territorio yanomami en Surucucu. Durante las visitas, habló con indígenas y especialistas para mejor comprender cómo sienten estos impactos.
Madre de dos hijos hospitalizados en Casai, Louvânia Yanomami ya perdió la cuenta del tiempo que lleva lejos de su tierra. Sin previsión de alta, los médicos le han advertido de que, si regresa, podría poner en peligro la vida de su hijo pequeño. El niño, de entre uno y dos años, sufre desnutrición grave y tiene el abdomen hinchado.
"Estoy muy cansada, se nota que hay mucha gente aquí [en Casai]. Es una situación difícil. No lo voy a dejar porque es mi hijo y no me lo puedo llevar porque se moriría", relata, angustiada, con la ayuda de un intérprete.
En enero, Casai albergaba a más de 700 personas, aunque tiene capacidad para poco más de 200. Ese hacinamiento se ha reducido, pero hay todavía más de 500 personas en el lugar, según el balance realizado la semana pasada por el Centro de Operaciones de Emergencia (COE) del gobierno federal.
"El agua sucia no sirve para comer o beber. Se echa a perder el pescado. Nos duele mucho el estómago. Los niños andan muy débiles", dijo Enenexi Yanomami, un joven indígena de 21 años, al describir la situación vivida por sus familiares en la tierra indígena. Agência Brasil se encontró con él en la entrada de Casai. Lleva 60 días en la capital del estado de Roraima acompañando a familiares enfermos. No tiene previsión de cuando regresará al territorio. "Faltan horas de vuelo para Surucucu". En su opinión, la presencia de la minería es lo que ha causado los daños que afectan a su pueblo. "Ahora tenemos que deshacernos de las minas. Cuando lo hagamos, todo irá bien. Hay mucha minería ahí, [hay que] prohibirla".
Arokona Yanomami se queja de los daños medioambientales causados por la minería ilegal. Según él, la maquinaria pesada de las dragas y los tractores ahuyenta a los animales de caza y contamina la tierra. "Huele mal. La caza se muere, todo se muere. La tierra no es buena, es muy fea. Metieron máquinas de humo, por eso huele muy mal. Contaminaron la tierra, contaminaron el agua, contaminaron los peces", dice. Ahora, para cazar un pecarí, uno tiene que caminar al menos 50 kilómetros hasta alejarse de la zona más deteriorada.
Referencia perdida
"La minería atenta contra la cadena alimentaria básica de los yanomamis. Son un pueblo de movilidad territorial, viven de la caza, la pesca, la recolección y la agricultura. Por eso, no hay nada más triste que un cazador yanomami no tenga caza suficiente para alimentar a su familia", explica la antropóloga Maria Auxiliadora Lima de Carvalho, quien lleva más de 20 años trabajando con los yanomamis de Roraima.
"El pueblo yanomami nunca ha necesitado donaciones de alimentos para sobrevivir. Todo este escenario de vulnerabilidad fue provocado. El mayor mal sigue siendo la presencia de los mineros, la minería", afirma el secretario Especial de Salud Indígena del Ministerio de Salud, Weibe Tapeba, que visitó el territorio el pasado jueves (9).
Rituales
Algunos de los rituales más sagrados de los yanomamis se han visto drásticamente afectados por la actividad minera y la falta generalizada de atención sanitaria en el territorio. Es el caso de las ceremonias funerarias. Los yanomamis no entierran a sus muertos. Incineran los cuerpos y luego muelen los huesos hasta convertirlos en polvo. El proceso puede durar semanas y a menudo incluye un acto final en el que la comunidad bebe gachas de plátano con las cenizas del difunto.
"Los yanomamis hacen rituales funerarios, pero los muertos son tantos que ni siquiera hay tiempo para llorarlos", explica la antropóloga. Estas ceremonias también pueden incluir la presencia de visitantes de diferentes aldeas y, en estos casos, los anfitriones suelen ofrecer un animal de caza, que ha empezado a escasear en las regiones afectadas por la minería.
La entrada del alcohol en la cultura yanomami, un fenómeno que no es reciente, pero se ha agravado, es otro factor de desestabilización. El kaxiri, una bebida tradicional sin alcohol, a base de mandioca cocida, pasó a ser fermentada por los indígenas hasta alcanzar una alta graduación alcohólica. Es algo que viene ocurriendo bajo la influencia de los mineros desde la primera invasión del territorio, a finales de los años 80. "El alcohol ha incrementado los casos de violencia contra las mujeres y de violencia en general", explica María Auxiliadora. También interfirió en la producción agrícola al obligar a los indígenas a aumentar la plantación de mandioca para producir la bebida, además de ampliar el ciclo de consumo de alcohol en las aldeas.
Jóvenes acosados
La antropóloga también observa otro tipo de perturbación comunitaria causada por la minería. Durante el primer gran brote de minería ilegal en el territorio, en la segunda mitad de los años 80, la mayoría de la población indígena era adulta. Hoy, la base de la pirámide de edad es mucho más numerosa, con una fuerte presencia de adolescentes y jóvenes. Sin embargo, la mayor parte de las escuelas del territorio han sido desactivadas por el gobierno del estado.
"Las políticas públicas no llegan a estos jóvenes. Pero son jóvenes, quieren aventura y acaban acosados por mineros que les facilitan el acceso a armas y otros objetos que les encantan", añade la especialista.
Asimismo, la investigadora menciona casos de acoso sexual de mineros hacia mujeres indígenas observados durante su trabajo de campo en la comunidad, donde estuvo por varios años, entre 2002 y 2009. Las denuncias que se revelan ahora, con el auge de la minería en el territorio, son muy verosímiles, según la antropóloga.
"Es muy probable que hayan sido seducidas por los mineros. A ellas les gustan mucho los jabones, el aceite para el pelo, la comida. Entonces, el intercambio por relaciones sexuales, consentidas o no, es desigual, porque hay posiciones de poder muy claras", argumenta.
El gobierno federal está investigando el caso de 30 niñas yanomami que estarían embarazadas de mineros que trabajan ilegalmente en el territorio.
Esperanza
En medio del caos que viven los yanomamis, la esperanza de futuro reside en la reactivación de las escuelas de la región, cerradas desde hace más de una década.
Ivo Yanomami, tuxaua (cacique) de la comunidad de Xirimifik, con más de 200 personas, en su mayoría niños y adolescentes, afirma: "Aquí teníamos una escuela, todavía la recuerdo". La aldea está a unos 15 minutos a pie de la pista de Surucucu.
La demanda por la reanudación de las escuelas indígenas en el territorio se planteará al gobierno federal, aseguró el secretario de Salud Indígena, Weibe Tapeba, durante su visita a la región.
* Con la colaboración de Flávia Peixoto y Ana Graziela Aguiar, reporteras de TV Brasil.